Si tuviera que elegir cuál es el sonido más bello de este mundo, lo tendría claro: el majestuoso sonido de las olas del mar rompiendo en la orilla. Para mí es más que un sonido: es un lenguaje. Siento cómo el mar me habla. A veces me susurra y a veces me grita. Hay que saber entenderlo, pero antes hay que aprender a escucharlo. Y no es sencillo…
Todo requiere tiempo, concentración y motivación. Pero, si quieres comprender lo que el mar te dice, necesitas algo más. No basta con cerrar los ojos y pararte a contemplarlo. Has de escuchar con el alma y hacer uso del poder más mágico que poseemos las personas… aunque no todas saben aprovecharlo: la sensibilidad.
Yo empecé descifrando pequeñas sensaciones que poco a poco se fueron convirtiendo en ideas: mensajes sin palabras que solo el corazón entendía. Hasta que, al final, mi mente ya pudo procesarlas. Y esto sucedió cuando permití que fluyesen por sí solas, sin traducciones forzadas ni condiciones preestablecidas. Hablando el lenguaje del mar, de la naturaleza y de la vida.
Así es como llegué a ver más allá y a entender el auténtico significado del horizonte.
Durante mucho tiempo pensé que todas mis metas, todos mis sueños e ilusiones, acababan en una línea imaginaria a la que habíamos denominado “horizonte”. Y allí es donde debía empezar toda la felicidad. Esa recompensa que el ser humano busca y añora. Esa utopía capaz de mover montañas, ríos y mares.
Sin embargo, el horizonte no es solo una línea imaginaria, sino miles de ellas. Todas las que nos marcamos cada día, en cada instante… incluso ahora, en este mismo momento…
Lo más importante del horizonte está antes y después. En todos los momentos que vivimos para llegar hasta nuestras metas. En todas las personas junto a las que caminamos en la vida. En todas las sorpresas que el destino nos tiene guardadas. En todos los tesoros que están ocultos en nuestras rutinas. En todo lo que nos da fuerza para seguir. Y en todo lo que habrá más allá de la propia meta. Porque tras un horizonte, viene otro. Y así, una y otra vez. Porque si no fuese así, nada tendría sentido.
Piénsalo. Imagina que nuestro proyecto de vida se basara única y exclusivamente en alcanzar un punto, un estado. Si no lo logramos, creeríamos que todo el esfuerzo ha sido en vano. Y si lo conseguimos, peor; porque ya no habría misterio, ya no quedaría nada para el deseo. Moriríamos de desmotivación, que es la esencia que hace que nos levantemos cada mañana y salgamos a la calle a vivir un día más de nuestras vidas. Pero, si cambiamos la perspectiva, miramos al horizonte como una simple (pero necesaria) referencia y nos centramos en valorar y disfrutar de todos los detalles que podemos encontrar en nuestra ruta… entonces todo será distinto. Pues, pase lo que pase, lleguemos o no al horizonte, habrá merecido todo el tiempo y esfuerzo invertido en el camino. ¿Por qué? Porque habremos sido felices recorriéndolo.
El horizonte, como la vida, no tiene sentido sin las fases que hemos de atravesar para llegar allá donde quiera que vayamos. Y tampoco sin las olas con las que nos vamos a encontrar. Cada ola nos invita a reflexionar, a parar. Cada ola es una señal. Las olas pueden ser brutas y cariñosas; empujan y abrazan. Hay olas que nos arrastran hasta el mismo punto de partida. ¡Pero no pasa nada! Coge fuerza y vuélvelo a intentar. Hay olas que también tenemos que saltar, al igual que tenemos que sortear algunos obstáculos, afrontar situaciones complicadas para así seguir avanzando siempre hacia delante. Hay olas que también nos intentan avisar… es el lenguaje del mar, al que antes me refería.
Y mientras seguimos avanzando, el horizonte sigue ahí a la misma distancia. Precisamente, porque nos brinda nuevas metas, nuevos instantes… nuevos puntos entre él y nosotros.
El horizonte es solo un referente. Un precioso y poderoso referente. Pero lo que de verdad importa, lo único real es cada metro y cada segundo que vivimos. Cada gota de agua que roza nuestro cuerpo y alma, cada corriente que logramos atravesar, cada rayo de luz que nos ilumina y cada roca que logramos dejar atrás.
El camino hacia el horizonte está formado por puntos efímeros y, muchas veces, demasiado breves. Es un camino infinito que puedes retomar desde donde sea que estés.
Piensa y busca tu “aquí”. Y desde “aquí”, disfruta de tu camino «hacia el horizonte».
Este es el mío… ¿vienes conmigo?
Este relato está incluido en el libreto digital del disco «De Aquí Al Horizonte».